El divorcio puede ayudar a relanzar una carrera profesional
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Lucy Kellaway
La otra noche en una cena con 50 socios de una firma de abogados corporativos le eché un vistazo al salón y noté algo alarmante. Yo era una de las personas más viejas en la habitación.
¿Dónde estaban todos los abogados en sus cincuenta o principios de sus sesenta años? Le hice la pregunta al hombre sentado a mi lado, quien me dijo que habían sido mayormente jubilados. El problema con el derecho, me explicó, es que tiene un alto costo sobre el que lo practica, y si uno lo ha estado haciendo por 30 años es imposible aferrarse a ningún sentido de urgencia. Cuando se llega a mediados de los cincuenta, generalmente es hora de pensar en irse.
Había sólo una excepción a la regla, continuó, y era con respecto a los abogados de cincuenta años que eran recién divorciados y estaban comenzando de nuevo con hipotecas y niños pequeños. Tenían toda la experiencia de sus años y todo el empuje de alguien 30 años más joven. Estaban impulsados por la necesidad de ganar una gran cantidad de dinero, pero en vez de tener toda una vida para lograrlo, tenían apenas una década. La combinación de sabiduría extrema y hambre extrema los hacía invencibles.
No creo que el hombre se daba cuenta de lo bien que me estaba cayendo su razonamiento. En los últimos seis meses a) me separé de mi esposo, b) me compré una casa extravagantemente cara y c) he sentido más entusiasmo de lo normal por mi trabajo.
Hasta ese momento no se me había ocurrido que estas tres cosas estaban relacionadas, pero ahora vi lo que era perfectamente obvio: a) y b) han causado c).
Todo el mundo dice que el divorcio es terrible para la carrera. Dicen que te desquicia tanto que no puedes pensar claramente. Hace un par de años el jefe de coberturas Paul Tudor Jones dijo en una conferencia que en cuanto sabe que cualquiera de sus gerentes está pasando por un divorcio los saca de la bolsa. El trastorno emocional los deja demasiado impredecibles para confiarles el dinero de otros.
Puede que sea así. Pero igual, puede que no. Las personas, los matrimonios y los divorcios vienen en muchas variedades; sin embargo, todos los divorcios tienen algo en común: empobrecen. O por lo menos lo hacen a uno más pobre de lo que era antes. Para profesionales acomodados y de edad mediana sentirse un poco cortos de fondos puede ser un sobresalto no deseado, y el efecto puede ser, en las circunstancias correctas, agradablemente estimulante.
Para mí, ha querido decir que todo sueño de deslizarme suavemente hacia el retiro ha volado por la ventana. Y por eso, ya no puedo darme el lujo de sentirme moderadamente descorazonada. En vez, me estoy aplicando más a mi trabajo y, para mi sorpresa y deleite, descubro que en vez de sentirme atrapada o sentir lástima por mí misma, más bien lo estoy disfrutando. El trabajo en sí mismo no ha cambiado para nada, pero lo estoy haciendo con más convicción.
Esto quizás no afecte la calidad del producto terminado, pero sí afecta cómo me siento al realizarlo. Cada vez que me ofrecen una pieza adicional de trabajo remunerado, ya no pienso: no me molesten; pienso: ¡allá voy!
No digo que todo el mundo en sus sexta década debería dejar a su cónyuge para darle a su agotada carrera un poco más de chispa. Ni tampoco sugiero que todos los que se divorcien pueden esperar este tipo de dividendo profesional. Algunas personas quedan tan golpeadas por el sufrimiento que apenas pueden arrastrarse a la oficina, mucho menos sentir entusiasmo una vez que llegan a sus lugares de trabajo.
En cambio, lo que esto prueba es que el vínculo entre el aburrimiento, el dinero y la motivación no es lo que se pensaba. Yo creía que era evidente por qué las personas en sus cincuenta sentían que había perdido la frescura: era porque 30 años haciendo la misma cosa era demasiado tiempo.
Ahora descubro que es algo más complicado. Las personas que desempeñan trabajos profesionales lo hacen por tres razones: dinero, prestigio e interés por el trabajo propio. La razón por la cual los cincuentones se vuelven lentos no es porque estén perdiendo el juicio, ni porque el trabajo mismo se haya vuelto demasiado monótono. Es porque ni el dinero ni el prestigio los motiva como antes y sólo el interés en el trabajo no es suficiente para seguir adelante.
Habría que ser una persona muy peculiar para quedarse despierto toda la noche sudando tinta sobre un acuerdo de Fusiones y Adquisiciones sólo por puro placer. Y aunque podría decirse que el periodismo es más agradable que el derecho corporativo, no es tan fabulosamente divertido que se me ocurriría practicarlo si no tuviera que hacerlo.
Casi todos los estudios científicos dicen que el dinero no motiva. Sin embargo, cuando uno le ha dicho adiós a sus ahorros y perdido parte de la seguridad que uno creía poseer, cada cheque de tu sueldo se convierte en un motivo de celebración... y el viejo trabajito de siempre de pronto parece fresco y lleno de posibilidades.